martes, 18 de noviembre de 2008

Allí era, pues, adonde estaban ellos, sentados en la roca más grande de la gruta, mirando soñadoramente el fuego y dejando caer, al acaso, una que otra palabra impersonal, una puteada. El más gordo, el hombre de anchos hombros y cara diminuta, parecía sentirse avergonzado cada vez que Julián le pasaba el cigarrillo; pitaba velozmente, humedeciendo a su pesar buena parte del cilindro tembloroso. Julián, sereno, lo miraba, silbaba, sonreía.